LA VÍA AL SALTO DEL TEQUENDAMA 15 AÑOS DESPUÉS
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Después de casi 15 años, volví a hacer la etapa de Santandercito, todo porque hace unas semanas me enteré de que Pachito Morales hacía este recorrido una vez por semana con Manuel Leal y Alberto Pineda y pensé que sería bueno intentar volver a recorrer esa ruta.
El miércoles 14 de octubre de 2009 nos encontramos a las 7:30 a.m. en la última Bomba de Chusacá: Pulga, Armando , Pachito, Cuta y Márquez. Manuel Leal y Alberto Pineda quedaron de ubicarnos en el camino y en efecto al iniciar la bajada nos contactaron.
Pese a que las vías se han ampliado, el paso por Soacha sigue siendo un problema por el tráfico vehicular y hay que salir de casa con la debida antelación pues el viajecito es largo.
A las 8 de la mañana tomamos la autopista al sur rumbo al cruce hacia el Salto de Tequendama. Pronto iniciamos el descenso, son en total 20 kilómetros llenos de curvas, una la de La Victoria es una U perfecta, casi es de 300 grados. Me impresionó ver el lecho del rio totalmente seco, pues hoy es uno de los días en que lo represan para bombear sus aguas al Muña para producir energía.
Recuerdo de esa época que en la bajada nos acompañaba el olor nauseabundo del río, causado por la contaminación de las curtiembres. Hoy se percibe pero en menor grado (no hay agua). Como siempre niebla, hoy caían unas gotas de rocío que me preocupan pues pienso que provienen del hilo de agua negra que se escurre por entre las piedras del que fue el cauce del rio Bogotá.
En la medida en que observo el paisaje vienen a mi mente los recuerdos de tantas veces que hicimos el recorrido en los primeros años de CicloBR. Los compañeros de mi categoría (la D) con quienes sufríamos en la subida eran Jorge Sánchez, Peñita y el Abuelo. Peñita a veces se nos escapaba subiendo y cuando se cansaba y lo alcanzábamos decía, "mijo" esperemos a Jorgito.
Pasamos por el Zoológico del famoso señor Santa Cruz (nada que ver con Alfredito Santa Cruz) y luego de una larga y tediosa bajada llegamos a la entrada de Santandercito. Manuel y Alberto continuaron hacia Pradilla, población que está ubicada seis kilómetros más abajo.
Nuestros cuenta kilómetros marcaban en ese punto 21 kilómetros aproximadamente. Iniciamos la subida a buen paso, pues los primeros kilómetros son pedaleables, pero luego la cosa se va endureciendo. Ahora me llegan más claros los recuerdos y me sorprende cómo éramos capaces de hacer este recorrido montañoso sin entrenar en la semana.
Recuerdo que nuestra referencia eran los Tubos, prácticamente donde termina la parte más dura. Desde Santandercito son 11 kilómetros. En esa época los Tubos se veían arriba en lo alto, como en el cielo, y uno sufría al pensar todo lo que teníamos que trepar para llegar allí.
A partir del kilómetro cinco de subida, ya se sienten las rampas que cada vez son más duras, hasta llegar a La Virgen, sitio que está a un par de curvas (durísimas) de los Tubos. Al ver ese par de enormes tubos del acueducto enclavados en la montaña, uno sabe que pasó lo peor y que pronto estaremos en la parte alta donde está el Salto de Tequendama.
En efecto, pasados los tubos en un kilómetro se corona la cuesta y entramos en terreno pedaleable fácilmente. Aprovecho para observar las ruinas del otrora majestuoso hotel El Refugio del Salto. El viejo edificio inaugurado en 1928, aún se mantiene en pie y se resiste a morir. Está totalmente abandonado, sus paredes descoloridas y sus techos llenos de maleza me causan nostalgia.
De niño recuerdo haber escuchado la historia del Salto, una caída vertical de 160 metros: “ Viendo la llanura inundada, el dios Bochica tomó un bastón mágico y rompió una gran roca con lo cual creó el Salto del Tequendama”. Siglos más tarde el hombre y su contaminación acabaron con esa maravilla natural a donde solían llevarnos de paseo nuestros abuelos cada vez que viajaban por la carretera Bogotá- San Antonio del Tequendama, antigua vía a Girardot.
Ahora deberíamos invocar a Bochica para que utilice su bastón mágico y desparezca a los causantes de tanta contaminación.
En Internet me encontré que nos ilustra muy bien esta crónica.
Desde la orilla de la carretera y a una velocidad del 13 kmts por hora, alcanzo a ver a mi izquierda al fondo un hilito de agua, lánguida muestra de la que fue la impresionante catarata del Salto, nuestro Niágara, que tanto atraía a los suicidas en busca de la solución definitiva a sus penas de amor o a sus problemas económicos.
Como el terreno se aplana aprovecho para “montar el plato grande”, recuerdo que el flaco y Miguel nos gritaban que lo subiéramos. Sabía que aún quedaban 10 kilómetros de repechos y planito, pero me sorprendió encontrar repechitos duros que la verdad no recordaba.
Tenía claro que deberíamos pasar un pedazo duro llamado “El Charquito”, pero la verdad no recordaba dónde quedaba, por lo cual pensé que era alguno de esos repechos que pasé. Pero no, cuando menos lo esperaba, ya en la parte final, se me apareció esa “perrita” que lo exige a uno a fondo y lo obliga a subir parado (rampa de 9 a 10%).
Según mi cuenta kilómetros estoy a menos de dos kilómetros de la autopista. Veo el peaje y siento que la odisea terminó.
Coronamos los 21 kilómetros de subida y me siento satisfecho, por haber subido esas cuestas después de tantos años. Qué lindos recuerdos me llegaron a la mente durante este recorrido, en una carretera bien cuidada y con muy escaso tráfico. Vale la pena repetir este subidita otro día entre semana los invito. Son dos horas aproximadamente.
Igualmente, ya entrado en gastos de memoria, espero poder algún día ir hasta “La Aguadita” otro de los recorridos que hacíamos los domingos hace tantos y tantos años. Recuerdan la última rampita de San Miguel?
Oigan, recuerdan que una vez bajamos a la Aguadita y subimos por Silvania?. Eran otros tiempos… éramos más jóvenes abuelito y Dr. Sánchez, pero miren que con más calendarios encima aún es posible recoger los pasos en vida y volver a disfrutar esos paisajes.
Bogotá octubre 14 de 2009
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