PEDRO ANGEL CARDENAS, es un veterano atleta que ha obtenido innumerables triunfos y hazañas en su carrera deportiva, como por ejemplo la carrera Bogotá - Giradot trotando, un recorrido de 123 kilómetros. En múltiples ocasiones representó con éxito al Banco de la República en pruebas de atletismo.
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Hoy Pedro es un feliz pensionado del BR, que disfruta su tiempo libre practicando aún su deporte favorito en compañía de su esposa y de sus hijos y trabajando en la empresa de mensajeria a domicilio que fundó, una vez fue pensionado por el Banco de la República.
Pero para llegar a este estadio de su vida, Pedro Ángel debió recorrer caminos tortuosos y vencer muchas dificultades, como podrán deducir con la lectura de este artículo.
Pedro nació en Bogotá el 29 de julio de 1943: sus padres se separaron muy temprano. Cuando apenas tenía 4 añitos su madre decidió enviarlo a Santa Sofía Boyacá, a la casa de la abuela y tía paternas.
No son gratos recuerdos su estadía en Santa Sofía, pues mientras sus primos iban a la escuela y jugaban como todos los niños, Pedro debía ganarse su comida cuidando las ovejas y ayudando en labores del campo con el ganado, soportando además golpes y maltrato de sus familiares.
Le pidió a su madre que lo trajera a Bogotá, lo cual logró por apenas dos años, pero luego ella optó por regresarlo al campo, pues no podía tenerlo en Bogotá.
Cuando hizo su primera comunión pidió un único regalo: retornar a Bogotá con su mamá, deseo que le concedieron, pero se rebeló y ya no quiso regresar a Boyacá. Terminó internado en el Hospicio San Antonio de Padua de la Beneficencia de Cundinamarca, al cumplir los 10 años.
Ante la falta del amor de su familia, el hospicio paradójicamente fue para él un paraíso, pues allí pudo estudiar la primaria y parte del bachillerato; tenía además un techo para vivir, su comida garantizada y cualquier maltrato nada representaba comparado con el que recibió de su abuela y tía.
Durante las vacaciones trabajaba como acólito en las iglesias de San Francisco, San Diego y la Catedral; ganaba 50 centavos por misa, dinero que enviaba a su mamá.
Dado que su señora madre pasaba por una mala situación y que debía también sostener a un medio hermano de Pedro, a los 17 años decidió suspender sus estudios y dedicarse a trabajar para ayudarla. Obtuvo un trabajo como mensajero en la Librería Voluntad, gracias a don Samuel de Bedout y continúo con su cuarto grado de bachillerato de noche.
Pero un año después, en una redada a la salida de su trabajo se lo llevaron a prestar el servicio militar obligatorio en un Batallón de Popayán. Pronto lo trasladaron a Cali, donde tuvo que ir al “monte” a combatir los bandoleros. Cuenta Pedro que los soldados capturaban a los bandoleros y el Gobierno los soltaba, situación que los desmoralizaba.
En el Batallón en Cali se la “montó” un capitán que le quería quemar el cuero cabelludo con agua sal caliente. Lo salvó un coronel, pero tuvo que buscar un rápido traslado por temor a represalias; le escribió al General Gerardo Ayerbe Chaux, para ese entonces comandante del ejército, quien autorizó su traslado a Bogotá donde terminó su carrera militar en 1963, como estafeta del general Francisco Afanador Cabrera.
Al salir del ejército se reenganchó con la Librería Voluntad en la imprenta, estudió dos años más de bachillerato y se graduó en el Sena como técnico en Artes Gráficas. Aprendió a manejar, máquinas litográficas y rotativas como la Heidelberg, Roland y Harris. Esto le permitió trabajar en varias empresas como auxiliar, incluso en la imprenta del ejército. Ganó un concurso auspiciado por el Sena por su experiencia en el ramo y lo engancharon para una importante Editorial en Panamá (Gráfica Editora Colón).
A los dos años una huelga lo obligó a retornar a su patria: imagínense que los panameños pedían no aumento de sueldo si no que sacaran a los extranjeros y eso lo obligó a dejar el puesto y ya no le pudo seguir enviando dinerito a su mamá.
En octubre de 1971, regresó y duró un tiempo sin empleo hasta que se ubicó como ayudante en el día y celador de noche en una compraventa, trabajo que no le gustó ni cinco por todos los negocios oscuros que manejan.
Durante un día de descanso, cuando caminaba se encontró a un amigo que había conocido en el estudio y en el ejército, Tito Salamanca, empleado del Banco de la República, quien le pasó el dato que estaban necesitando técnicos auxiliares en la Imprenta. Se las ingenió con sus antiguos jefes y conocidos y se levantó las recomendaciones, una de ellas las del secretario de la Presidencia, dirigida a los Doctores Cerón y Oscar Alviar los duros en esa época. Su suerte empezaba a cambiar, pues en noviembre de 1974 logró ser enganchado como ayudante de máquinas en la Imprenta de Billetes del Emisor.
La estabilidad que le representó su ingreso al Banco le permitió ayudar a su madre económicamente y a su medio hermano pese al poco afecto que le brindaron. Igualmente pudo dedicarse a la lectura, (se inclinaba por libros de superación personal) y a practicar en forma el atletismo su deporte favorito, pues ya tenía experiencia en carreras de fondo como la Maratón de Sogamoso con un tercer puesto y la Media Maratón de Duitama. En Panamá participó en la Maratón Aniversario de la Revolución 1969, en la Maratón de Chiriquí en las cuales ocupó el tercer y cuarto lugares respectivamente.
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En 1983, patrocinado por el Banco hizo la primera carrera Bogotá Girardot; a las 6 p.m. llegó al alto de Canecas, cerca al Boquerón. En diciembre del mismo año en un nuevo intento, acompañado por dos espontáneos logró su objetivo y recorrió los 123 kilómetros en 12 horas.
Pero el destino le tenía preparada otra dura prueba.
En 1984 era el segundo maquinista de una máquina denominada la Supernumerota, encargada de colocar la serie numérica a los billetes. Uno de los ayudantes colocó mal un dispositivo de la máquina, Pedro la paró, la bloqueó y se metió al túnel de la misma para corregir el problema y evitar un daño grave en el equipo y en la producción. El ayudante no lo vio, prendió la máquina y le atrapó con los rodillos su brazo derecho hasta el antebrazo y prácticamente lo molió con los rodillos y numeradores.
Como era hora de almuerzo había poca gente en las máquinas, los empleados que laboraban a esa hora entraron en pánico y no atinaban a ayudarle pues estaba atrapado por el equipo. Entonces tomó la decisión de pedirle a un operario que prendiera la máquina y la pusiera a trabajar hacia atrás, pues calculó que mientras llegaba alguien a desbaratar la máquina habrían pasado dos horas y podría desangrarse. Obviamente el operario no se atrevía a actuar pero vio tal decisión en Pedro que lo hizo; como pudo sacó su brazo destrozado. Le colocaron toallas y en un carro de su compañero, por sus propios medios llegó a la Clínica Marly, donde ya lo estaban esperando los médicos.
Recuerda que el Doctor Cooperman le dijo: “ese brazo se perdió Pedrito”. El brazo no se ha perdido doctor!!. Ante esa actitud el médico decidió intervenirlo para tratar de salvarle lo que quedaba del brazo, pero exigió la firma de un documento autorizando la amputación en caso de emergencia.
Cuando se despertó llamaron al médico que preguntó “cómo siente el mochito Pedro?”. No doctor, es mi brazo y vea que lo puedo mover. Siguieron siete operaciones y múltiples injertos de hueso y piel de la cadera, pero pese a haber perdido tendones que hoy le dificultan el movimiento en los dedos de la mano y músculos, finalmente como lo pronosticó el brazo no se perdió.
Piensa que haber pasado tantas duras pruebas en la vida y sus lecturas de superación le ayudaron en esa etapa tan dramática.
Seis meses después regresó a la imprenta, pero sus jefes no le permitieron continuar con su antiguo trabajo. Algo enojado le preguntó a su Jefe si el había tenido accidentes graves; este le contó que se volcó en un vehículo. Pedro le preguntó y ¿cuando Ud. Se recuperó dejó de manejar?:
No valió su insistencia, pues según sus jefes, para que no se acomplejara, terminó trasladado al edificio del Banco como mensajero y luego a la Biblioteca en servicios al público. Aprovechó y leyó muchos libros de historia, geografía y especialmente de superación personal.
Un año después del accidente se casó con Luz Angela Mora Torres, quien compartía su afición por el atletismo. Y como no estaba dispuesto a dejarse vencer por las dificultades, atendiendo una invitación del Club Tiburones participó en una carrera de Bogotá a Tocancipá (50 kilómetros) que terminaba con seis vueltas al autódromo. Su competidor a quien pasó en Sopó se desmayó en el Parque Jaime Duque y Pedro concluyó exitosamente.
En 1988 volvió a hacer la prueba Bogotá Girardot y gastó 13 horas. En 1994 repitió la hazaña, pero ya gastó 14 horas; es que el paso del tiempo es implacable.
En el 2000, decidió acogerse a la pensión de jubilación para disfrutar más con su familia, su más preciado tesoro. Ha tratado de darles a sus hijos el calor y el amor de hogar que desafortunadamente el no tuvo.
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Hoy vive muy agradecido con el Banco y con muchos de los funcionarios que lo apoyaron tanto laboralmente, como deportivamente. Recuerda a Guillermo Gutiérrez, Jaime Ortega, Carlos Rodríguez, pero muy especialmente al Dr. Jorge Sánchez.
Aún ayuda a su madre para quien no guarda ningún rencor. De su matrimonio nacieron 3 hijos:
Ángela Marcela de 21 años, quien actualmente estudia en la Universidad Javeriana 10º semestre de Comunicación Social y Artes Gráficas. Heredó sus capacidades para el atletismo.
Leonardo de 19 años, estudia Técnicas audiovisuales y diseño Gráfico, es basquetbolista y le gusta el ciclismo.
Catalina de 14 años quien estudia bachillerato y practica el ajedrez y básquetbol
Luz Angela y su madre participaron también en la reciente Media Maratón de Bogotá, competencia en la que Pedro ha participado desde su inicio.
Bogotá, octubre de 2007 |