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Bogotá, junio 29 de 2020

VIDA Y MILAGROS DE UN COMPAÑERO DE CICLOBR

De Boyacá en los campos...


El protagonista de esta historia es uno de los ocho Boyacenses que componen nuestro Grupo CicloBR, en algún momento de la narración seguramente van a descubrir de quien se trata, por ahora podemos adelantarles que él nació un tres de marzo del año 1954. Dos municipios de la Provincia de Lengupá del Departamento de Boyacá se disputan su acta de nacimiento: Campohermoso y Páez. Su historia comienza así:

A comienzos del siglo XX Don Sergio Romero (su abuelo materno) trasladó a su familia desde Garagoa con el propósito de “colonizar” tierras en Campohermoso, allí vivía su abuelo paterno. Gracias a la confluencia de sus abuelos en Campohermoso se conocieron los nietos Ernestina Romero y Luis Alberto Barrera, padres del protagonista de la historia.

En 1950, tras un corto noviazgo, como era la usanza de la época se casaron y formaron un hogar al cual llegaron doce hijos, nuestro protagonista de la historia fue el segundo, luego de su hermana Cecilia la mayor quien falleció, por lo cual él tuvo que asumir responsabilidades como primogénito sustituto entre la cuales estaba cuidar de sus nueve hermanos. Nació en Campohermoso donde vivió hasta los once años, de allí es su Fe de Bautismo, pero luego sus padres se trasladaron a Páez en donde le expidieron el registro civil.

Don Luis Alberto Barrera, su abuelo era un arriero boyacense tradicional, pantalón en dril, sombrero, machete a la cintura, ruana, choco (calabazo en el que se carga el guarapo) y cotizas, se ganaba la vida transportando a lomo de mula mercancía desde Miraflores el poblado más cercano al que llegaba la carretera. Hoy 31 kmts de vía pavimentada separan esas dos poblaciones, pero imagínense Uds., en aquellos años transitando por trochas un viaje duraba un día completo de ida y otro de regreso en mula, con las obligatorias paradas en las posadas para calmar la sed con una buena totumada de chicha y aguapanela para el frío acompañada de arepa de maíz y recarga de la bolsa de habas.

En los constantes viajes Don Luis Alberto traía en sus mulas, papa, arroz, y otros víveres y elementos esenciales como la cerveza claro está, pues tampoco en esos días podía faltar en los pueblos boyacenses el juguito de cebada. Su esposa Doña Ernestina Romero se dedicaba a las tareas del hogar, a cuidar a sus once hijos y a los animalitos de la casa: gallinas, cerdos, vacas, caballos, mulas, perros, gato y un parlanchín loro la entretención de los Barrera Romero.

Seguramente ya habrán deducido de quien hablamos...

Marcolino Barrera Romero tenía como una de sus tareas ayudar a colocar las enjalmas a la mula y prepararlas para los viajes de su padre y por supuesto descargarlas al regreso e investigar qué había allí para él y sus hermanos en la valiosa carga que luego debía ser comercializada en Campohermoso. Desde los tres años aprendió el arte de montar a caballo y en mula. Muchas veces su padre lo llevaba, cuando se cansaba se montaba en ancas de una mula llamada Nobleza; eran tres días, uno de ida, uno de compras y el de regreso.

Recuerdos de infancia

Dice Marcolino que en general fue juicioso, pero de vez en cuando hacía pilatunas con sus hermanos, como aquella vez que aprovecharon cuando los viejos estaban en el pueblo, se robaron los huevos los cocinaron y se los comieron, pero como los tenían contados, los pillaron pues descompletaron la comida de la semana, así que los responsables, ante todo el mayorcito, tuvieron que pagar las consecuencias y probar el duro cuero de la correa de don Luis Alberto que no rebajaba. Otra vez, cuando uno de sus hermanos le prendió candela a la enramada del trapiche donde se molía la caña, tratando de hacer una hoguera, conocieron no solo el poder del fuego si no la dosis recargada de rejo por las costillas y la cola que les dio don Luis Alberto.

En general los días en Campohermoso los recuerda con alegría, transcurrían entre el trabajo del campo, los juegos con sus hermanos, especialmente con Cenón, el más “cacha”, los viajes para traer agua y leña para el fogón, a veces como castigo, y los juegos con el trompo y las “piquis” o bolitas.

Recuerda con nostalgia aquel viejo tocadiscos de manivela que les trajo un día su padre; como no tenían sino un solo disco de acetato, se turnaban para volverlo a colocar y hacer sonar la melodía una y otra vez, les parecía magia, se entretenían horas enteras tratando de descubrir cómo salía música de esa caja, hasta que su mami cansada de escuchar el mismo tema les escondía la manija y allí finalizaba el concierto musical. No había radio en su casa, ese fue su único contacto con la música.

Asistió a la escuela hasta el segundo año de primaria y llegó a ser acólito del pueblo en Campohermoso. “Un día uno de mis compañeros de escuela intentó "mamarme gallo", me gritó - Marcolino pan y vino - se echó a correr, lo alcancé y se ganó un puño, le rompí la nariz”.

La bicicleta la vio de cerca por primera vez cuando el otro sacristán del pueblo apareció con una y se lucía dando vueltas en la cancha para que todos la admiraran, pero de prestarla nada.

Cuando cumplió los once años obtuvo su primer trabajo, y se alejó de su casa por primera vez, el cura de Campohermoso lo contrató para que le cuidara a su abuelo en una finca que tenía en Cuitiva. Allí, además de cuidar al viejito, tenía que ordeñar las vacas, encargarse de las tareas del campo y llevarlo a Sogamoso para hacer mercado; el curita vivo no le pagaba pues le daba la comida, la posada y la ropita. Luego de cuatro años decidió ir a buscar a su familia que se había trasladado a Páez Boyacá. El Curita le pagó $40 pesos de liquidación.

No aguanté las ganas de preguntarle a Marcolino, ¿Oiga Marco, ese curita era “mañosito”?

“Al contrario, el curita era un jodido, en la parroquia tenía varias viejitas, se turnaban para acompañarlo en la noche, yo me despedía y las dejaba sentadas a su lado en una butaca, era pequeño, pero me las pillaba, yo dormía en el cuarto de las hostias. En la finca de Cuitiva también se encontraba con una muchacha que venía de Pereira”.

Al cumplir los 15 años se reencontró con sus padres, trabajó con el viejo y recogiendo café en las fincas, le pagaban $3 por tarea, platica que ahorraba sagradamente. La continuidad de la vida en familia en Páez, apenas duró seis meses:

Un día estábamos a la hora de la comida, me puse a jugar con uno de mis hermanos y mi papá nos dijo - dejen esa risita tan marica - y como yo ya estaba grande me seguí riendo, se paró y me dio mi cuerazo. Me enojé y le dije que un día me iba largar de la casa y no iban a saber para donde. Coincidencialmente unos 15 días después llegó mi primo José Fidel y me dijo que me fuera con él, como yo tenía mis ahorritos le tomé la idea y nos fuimos volados para Tame Arauca, el pasaje en la Urraca me costó $35 pesos, una buena parte de mi tesoro



Su aventura en Arauca

Finalizaba su mandato el presidente Carlos Lleras Restrepo y Comenzaba Misael Pastrana Borrero. Durante el Frente Nacional los partidos tradicionales se dieron cuenta de que el desequilibrio de la propiedad existente en el sector rural fue uno de los factores determinantes de "la violencia". Por eso fomentaron los procesos de colonización de tierras baldías que en el fondo son lo opuesto a una reforma agraria, pues evitan afectar los intereses agrarios de los grandes propietarios, por eso incentivaban la colonización espontánea de tierras no explotadas cuya titularidad la tenía el estado. Curiosamente se patrocinó a través del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria INCORA.

José Fidel, primo del protagonista de esta historia se había enterado de que a los territorios como los llanos de Arauca estaban llegando colonos auspiciados por el Gobierno. Si se tomaba posesión de un terreno baldío y se demostraba su explotación se lo titulaban. Fidel ya había estado por allá y conocía a un colono llamado Benedicto. Convenció a Marcolino para que viajaran a Arauca en donde se encontrarían con cuatro primos más, quienes andaban en el mismo plan,
AAlirio, Reinaldo, Campo Elías y Jesús, además un amigo llamado Alfonso. .Así, con la ilusión de llegar a ser dueños de una extensa finca en los llanos viajaron hasta Tame, pensando en la cantidad de ganado que podrían tener en su hato y los productos que sembrarían para vender.

Luego de una larga caminata de varios días desde Tame llegaron a una finca ganadera, los propietarios eran gente que robaba ganado en el llano y lo transportaba hasta allí, en varios corrales tenían pastando hasta 500 reses que luego llevaban de contrabando a Venezuela por trochas. José Fidel decidió regresar y lo dejó embarcado, pero Marcolino se encontró con sus cuatro primos. Trabajaron algunas semanas en la finca limpiando de maleza los terrenos de los cuatreros, les pagaban $12 por tarea, mientras que en su pueblo lo máximo que cancelaban $4 por coger café. Una vez ahorraron unos pesos para comprar, linternas, pilas, machetas, herramientas, viandas, hamacas y otros elementos, decidieron emprender el camino selva adentro, siguiendo las señas que les había dado el primo Fidel, en búsqueda de don Benedicto el colono que les ayudaría a crear su fundo.

Duraron quince días con sus noches caminando por trochas y selva, llegaron al rio, debían pasar al otro lado, pero era muy caudaloso, caminaron varias horas hasta encontrar a un habitante con canoa y los pasó al otro lado del rio. Allí, selva adentro se perdieron, durante un día caminaron abriéndose paso con las machetas y al final en la noche llegaron al mismo sitio de partida, dicen que en esa selva siempre parece de noche por la tupida vegetación y los inmensos árboles que impiden el paso del sol. Al otro día se orientaron y finalmente dieron con el rancho de don Benedicto, un señor que tenía para entonces 50 años, ya llevaba cinco en sus labores de colonizador, y tenía limpio un buen terreno, un rancho con algunos sembrados básicamente para sostenerse y una lancha.

La camada de los cinco primos empezó su trabajo, inicialmente marcando los linderos, hasta media hora de camino por cada lado del lote escogido. En los siguientes meses tenían que “rozar” el terreno, talar árboles, eliminar la maleza y quemar. Sembraron piña, cacao, maíz y yuca.  Consiguieron una escopeta hechiza para protegerse de animales salvajes, esto porque su vecino don Benedicto tenía un burro y un tigre se lo mató; como esos animales no se comen toda la presa el mismo día, Benedicto armó una “camarota” o estera alta y lo esperó, cuando volvió por el resto del burrito lo mató con su escopeta.

Para alimentarse cazaban pavas y patos, pescaban “guabinas en el rio, un pez enorme, bueno para el sancocho con plátano y yuca. Pronto descubrieron que la tarea de talar y limpiar no era fácil y que el clima era inhóspito. En un período de dos años, machete y hacha en mano, lograron limpiar parte del fundo que habían demarcado, allí sembraron plátano, cacao, piña maíz y yuca, con la esperanza de cosechar algún día. Ya tenían la posesión del fundo, el siguiente paso era avisarle al INCORA para que les titularan, pero había una dificultad, la oficina más cercana quedaba a dos días de camino en bestia, que no tenían.

Desafortunadamente a Alirio, le empezó a dar fiebre, había contraído paludismo, esto los obligó a buscar un comprador, no era fácil en medio de la selva, entonces negociaron con su más cercano y único vecino don Benedicto quien, “de buena gente”, les compró el terreno por la suma de $1.200, (el valor del salario mínimo en ese entonces eran $660), nada para dos años de trabajo, pero además solo les pagó el anticipo de $600, con lo cual pudieron regresar a Tauramena Casanare. Recuerda Marcolino que nuevamente viajaron por la Urraca, de las pocas aerolíneas que cubrían ese territorio. Luego de liquidar gastos de pasajes ($35), medicamentos y comida para recuperarse, algo les sobró para ropita y ahorros.

El reencuentro

Llegamos a la casa de mi tía Cristina, mi papá se enteró de que estaba allá y fue a mi rescate, me vine con él para Páez y estuve como un año en la casa con ellos ayudando en tareas del campo”.

Esta vez por lo menos don Luis Alberto Barrera no le dio cuerazos, primero porque el joven Marcolino ya era bien acuerpadito y segundo porque estaba feliz de volverlo a tener en casa; en medio de todo fue una lección para su padre.

Así terminó su aventura como “colono”, algo que seguramente llevaba en los genes, recordemos que su abuelo materno llegó a colonizar en Campohermoso. Sus anhelos de tener un hato ganadero en el llano se esfumaron por culpa del paludismo o malaria, un enemigo que no figuraba en los sueños de los primos emprendedores. La esperanza de regresar a cobrarle el saldito a don Benedicto igualmente se fue diluyendo con el paso de los años, no saben si hoy es un próspero abuelo hacendado o si los mosquitos dieron cuenta de él.

La época de la milicia.

Tenía casi los 18 años, un domingo iba para el pueblo con mi papá, yo traía mi machete y mi pollero (tulita donde se carga la ropa), de repente en una curva nos salió una patrulla del ejército, me pidieron la libreta militar y como no tenía me detuvieron. Mi padre tuvo que ir a buscar un fiador para que me dejaran libre e ir a la casa, con la promesa de presentarme en tres días para prestar servicio militar obligatorio. Al tercer día me recogieron en un bus y me llevaron para Tunja al batallón Bolívar; como dije que sabía montar a caballo me seleccionaron para pagar servicio en la escuela de caballería de Bogotá”.

Ni en sueños había pensado conocer la Capital, todo lo que veía desde la ventana del bus al llegar a Bogotá le impresionaba, autos, buses camiones, edificaciones altas, avenidas pavimentadas, semáforos, taxis, en fin, todo era nuevo para él y lo impactó. Finalmente llegó a la Escuela de Caballería en Usaquén, no faltaba la sensación de miedo al enfrentarse a esta nueva e inesperada situación, pero a sus pocos años tenía la reciedumbre forjada en sus años de trabajo en el campo.

Un suboficial me dijo vaya y forme en ese pelotón de allá, el Cabo a cargo me devolvió, Ud. no es de acá vaya pal ‘otro lado, como le insistí me pegó mi patada en la espinilla, luego le aclararon que sí era de esa formación; aceptó, pero yo ya tenía el moretón en la espinilla. Aprendí que a esos manes había que obedecerles así no tuvieran la razón”.

En poco tiempo Marcolino fue “ascendido”, ingresó a la banda de guerra montada. La pasaba bien siendo músico de la marcial, tocaba platillos, bombo y a caballo tocaba las timbas. Lo del bombo no era bueno pues a veces les tocaba trotar y subir montaña, hacia lo que hoy es la vía a Patios, con los instrumentos al hombro.


Parte del servicio lo prestó como administrador de las canteras de arena y piedra de la Calera, cuya vigilancia estaba a cargo del ejército. Esto le representó unos pesitos de ahorro:

“A escondidas vendíamos viajes de arena o piedra a $5, de los cuales una buena parte iba para el oficial.  Y, además, como los campesinos tenían que pasar con sus ovejas por la cantera para ganar camino, me pedían que los dejara pasar y me daban uno o dos pesos de propina, eso sí con la advertencia de que si los pillaban yo no sabía nada

Las pilatunas entre los soldados no faltaban y el castigo a veces era peor que los correazos de don Luis Alberto:

Una noche repelando comida en el rancho del batallón, nos pillaron y nos hicieron quitar las botas y las medias, nos pusieron a correr alrededor del rancho, mientras tanto el teniente mezcló las botas de todos y las dejó aparentemente como estaban; cuando llegamos nos dijo - cuento hasta 10 para que se pongan las botas- en ese revuelto yo cogí dos de diferente número, una era más nueva y grande y la otra era una bota ya vieja; así me tocó aguantarme como 6 meses, ni modos de cambiarlas pues había soldados de varias compañías y no sabía a dónde fueron a parar las mías, seguramente otro andaba en las mismas”.

Como ven no le fue tan mal a Marcolino durante los dos años de experiencia en la milicia, pues hasta aprendió a hacer las herraduras para los caballos e hizo sus ahorritos. Aunque intentaron cambiarle el nombre, como vemos en su diploma que conserva con orgullo...

De panadero a “gemólogo”

Una vez pagó su servicio militar, consiguió un puesto como panadero en el Barrio Inglés, ubicado al sur de Bogotá cerca al Quiroga, mientras cumplía los 21 para que le expidieran su cédula de ciudadanía. Esa actividad no lo complacía, mucha madrugadera y poco ingreso, por eso a los seis meses se aburrió.

Como estaban de moda los esmeralderos y uno veía que les iba bien, decidí irme para las minas de esmeraldas de Chivor, con mi tio Juan. Llegamos a Chivor, era mucha gente de todas partes, nos tocaba dormir en un zarzo que tenía tejas de Zinc aguantando calor y a veces la lluvia que se pasaba por los agujeros de las puntillas de soporte. Era muy difícil encontrar esmeraldas, había guaqueros que pasaban un año sin conseguir nada, además el ejército los perseguía y no dejaba entrar a las minas o a los cortes les tocaba trabajar en en el rio.

Allí aguantamos mucha hambre la comida era un caldo que hacían con un huevo para 15 personas, que llamaban "tortilla". A los ocho días cuando ya no dábamos más, tomamos la decisión de regresarnos y justo ese día “me enguaqué”, encontré una esmeralda que vendí allí en $450 pesos, seguramente valía mucho más pero no había alternativa o la vendíamos o nos la robaban. Con eso regresamos a Bogotá, para reclamar mi cédula que ya estaba lista, la necesitaba para poder buscar un trabajo estable. En Chivor fue la primera vez que escuché fútbol por radio".

En Bogotá, gracias a la recomendación de un oficial que conoció en la escuela de caballería logró ingresar como vigilante a los almacenes Cabana, tiendas que vendían ropa de moda, recuerda hasta la dirección Carrera séptima # 13-42. Un par años después recibió una carta de su papá, en la cual le contaba que estaba en Muzo buscando esmeraldas para sostener a la familia que aún vivía en Páez. Como hacía tiempo no lo veía, la carta lo conmovió y entonces en unas vacaciones Marcolino decidió ir a visitarlo, siguiendo las instrucciones y señas que le daba en la carta para poderlo ubicar en Muzo.

"Recuerdo que era de noche, íbamos llegando a Muzo y de pronto el bus paró, la gente empezó a coger sus maletas y a tirarse del bus por las ventanas, yo no entendía qué pasaba, era un retén del ejército, me cogieron y me metieron a un corral con todos los que alcanzaron a atrapar y con otros detenidos, todos guaqueros. Me quitaron la maleta y apenas me dejaron y unas cositas que envolví en la toalla. Afortunadamente en ese corral me encontré a un soldado que me dijo: - ¿Barrera Ud. qué hace por acá? - era un amigo de Miraflores, estaba pagando servicio militar, me ayudó a volarme, me regaló una linterna, una maletica usada y una “picadetas”, que era como una especie de cuchillo, tírese por ese barranco y corra me dijo. Cada vez que veía una patrulla me tiraba al suelo al lado de la carretera, en una de esas caí en un charco de barro. Llegué a una casa, pedí posada pero no me dejaron entrar, esa noche dormí al frente sobre unas tablas. Al otro día me dirigí al corte siguiendo las señas que me había dado mi papá, era muy difícil reconocer a alguien todos eran negros del tizne de las minas, finalmente preguntando lo ubiqué, no lo reconocía estaba todo negro con la piel manchada. Por la noche me llevó a la mina, un sargento conocido lo dejaba entrar después de las 10, sacamos como diez costalados de tierra y allí encontramos una esmeralda que vendimos, compramos algo de comida, ya estaba cansado de tomar sopa de arroz aguada. Luego me regresé a Bogotá tenía que presentarme en mi trabajo en Cabana, mi padre se quedó allá, me dio mucha pena, eso era muy complicado, solo ganaban plata los más malandros, que compraban por menor valor las esmeraldas que los mineros encontraban, a veces las pagaban y luego los mataban para recuperar el dinero".

Así terminó su segunda experiencia como "guaquero


Regreso a la capital y su descubrimiento del ciclismo

De regreso a su trabajo en Almacenes Cabana fue ascendido a auxiliar de bodega. Conoció a un señor que se convirtió en su mejor amigo, José Vicente Álvarez, era ciclista. Le enseñó a montar en una cicla de semi carreras Motobecane con parrilla que acababa de comprar. Aprendió a montar en las calles del barrio Primero de Mayo, incluso lo llevó al velódromo de esa localidad. 

"Recuerdo que un día cuando me estaba enseñando, apareció un tipo con unas ruedas en las manos,  nos dijo que él estaba buscando una bicicleta para comprar y Vicente le dijo que él estaba vendiendo la suya; a los días el tipo fue a la casa para hacer el negocio y cuando le dijo que le dejara ver lo de los cambios y que si podía dar una vuelta a la cuadra se arremangó el pantalón y salió, yo le dije - Vicente nos robaron!! - y él no lo creía, cuando salimos a buscarlo efectivamente no lo encontramos, nunca volvió”.

Marcolino descubrió el encanto de la bicicleta y quedó “picado”, tenía que ahorrar para una buena pues con Vicente ya había aprendido a montar.

Cupido lo flechó de regreso a su tierra

Estando empleado en  Cabana, pedí permiso para ir a Páez a visitar a la familia y a llevarles alguito de ayuda, me regresé el 6 de enero, en el bus venia una linda chica; en la mitad del viaje en un pueblo cercano (Miraflores) paró el bus y yo la invité a tomar jugo hablamos un rato, vaya coincidencia, era de Campohermoso Boyacá ya después el bus prendió motores  y  seguimos en el viaje cada uno en su silla, al llegar a Bogotá nos pedimos el número de teléfono (fijo en ese tiempo), nos despedimos y cada uno cogió su camino, la llamé al otro día. Así comenzó todo, con mi esposa Margarita, nos fuimos a vivir juntos en 1975 al barrio Santa Sofía. Seguí trabajando en Cabana hasta completar cuatro años”.

Salí de Cabana y me fui a trabajar a la General Electric que quedaba al sur de Bogotá, otros 4 años, y estando allá empecé a ahorrar de las horas extras para comprar mi bicicleta que me costó $8.800 pesos, era una Benotto, y empecé a montar con un grupo de compañeros, con quienes salíamos por los lados de Chía, eso para mí era un acontecimiento, después empezamos a ir a la Tribuna, Alto del Vino y Patios.”


Para entonces Marcolino tenía ya su hogar, una preciosa hija, Sandrita, (su princesa y única heredera) y su primera bici. En1982 la General Electric fue liquidada. Pero como todo hijo trae el pan debajo de su brazo… 

Me volví a encontrar con Vicente quien me presentó en el Banco de la República y empecé a hacer papeles, como eso era demorado y no me llamaban trabajé en el 7 de agosto en un almacén de repuestos para carros como mensajero. Mi jefe montaba bicicleta y empecé a salir con él y con un grupo que armamos, se llamaba las Águilas, así tuve la oportunidad de cambiar de bicicleta, compré una Moreno Special marco 57 con la que hice recorridos como Bogotá - Pereira, Bogotá - Medellín - Bogotá -Bucaramanga. En este trabajo duré seis meses y luego en 1983 ingresé al Banco de la Republica al Departamento de Tesorería”.

La muerte de su padre y nuevo giro en su vida

Ya siendo empleado en el Banco de la República le informaron de la muerte de su padre, a los 52 años. Su madre había quedado viuda en Páez sin recursos para mantener a sus 10 hijos, algunos aún pequeños. Como había comprado un lotecito, en la calle 170, en esa época un área poco desarrollada, con mucho esfuerzo construyó la casita de dos pisos. Trajo a su señora madre y a sus hermanos, ella se aburrió en Bogotá y se regresó para el campo. Durante varios años tuvo que velar por sus hermanitos, pagarles la educación, hasta que cada uno fue tomando su propio camino. Su madre enfermó y murió. Su esposa Margarita le ayudaba con la miscelánea que montaron en el primer piso; allí también llegó a vivir con su suegra y un hermano de ella: Sin duda, fueron duras épocas en las cuales trabajó en el Banco largas jornadas para ayudarse con las horas extras.

Al final le quedó la satisfacción de haber sacado a su familia adelante, hoy todos sus hermanos viven en Bogotá, dos de ellos ya fallecieron.

Cuando comenzó a mejorar su situación económica, eran solo el, su esposa y Sandrita, retomó sus estudios que había dejado congelados en el segundo de primaria; con mucho esfuerzo, estudió de noche en el Colegio José Celestino Mutis, validó y se graduó de bachiller en 1990 a los 36 años, otro gran logro. Me confesó que la verdad le ayudaron mucho los profes porque no le iba muy bien en algunas materias, pero fue meritorio. Eso si no quedó con ganas de seguir estudiando, pese a que le aconsejaron que hiciera una carrera, tal vez si Marcolino hubiera tenido oportunidades de estudiar cuando joven, hoy sería un buen veterinario o un agrónomo destacado.


Su amor por el llano lo llevó a comprar una casa lote en Agua Azul Casanare, que le recomendó su cuñado quien reside en ese pueblo. Varias veces nos ha invitado, tenemos pendiente esa tarea, subir las montañas del Casanare.

Regreso al ciclismo

Aunque nunca lo abandonó, ya más libre de obligaciones se dedicó con más juicio a los pedales.

"Cuando ingresé al Banco de la República en 1983 el Director era un señor llamado Orlando Márquez, quien estaba organizando un Grupo de Ciclismo. Yo me rotaba, un domingo salía con Las Águilas, mi antiguo grupo del siete de agosto y otro con el Grupo de Tesorería que se llamaba Ciclo Hobby y que luego se convirtió en CicloBR. Desde que comenzó ha sido una gran familia para mí, como uno de sus fundadores nunca pensé que llegaríamos a los 33 años y seguir sumando, con ires y venires, pero los momentos compartidos, las experiencias en la carretera, las tertulias, las despedidas, quienes nos han dejado para el viaje eterno e infinidad de mencionables más, han mantenido y fortalecido a la familia CICLO BR"

Su ídolo en el ciclismo fue el “Viejo Patro”, Patrocinio Jiménez. La primera vez que escuchó una transmisión de la Vuelta a Colombia fue en Sogamoso, cuando cuidaba al abuelo del Cura en Cuitiva, los martes tenían que ir a Sogamoso a hacer mercado. En Bogotá compró un transistor Philips de aquellos de forro de cuero y pilas que se le acondicionaban en el exterior.


En los Nacionales de ciclismo del Banco de la República siempre se destacó como embalador, ganó varias veces las Metas Volantes. Participó en una Clásica del Banco del Comercio en representación de CicloBR, junto a Cochise, Álvaro Pachón y Gonzalo Marín (QEPD).

Su afición por la música llanera y el cuatro

¿Cómo es que siendo Boyacense ama tanto la música llanera? ¿cómo y cuándo aprendió a tocar el cuatro? ¿Acaso fue durante su experiencia en Arauca como colono?

Realmente nunca tuvo oportunidad de aprender a tocar ningún instrumento en Boyacá y menos en Arauca, allí ni siquiera podía escuchar música, no tenía un aparato receptor. Realmente su pasión por la música obedece a que Campohermoso y Páez Boyacá están ubicados en el límite con el Departamento de Casanare, allí se escuchaban aires llaneros, joropo, capachos, arpa, cuatro y cantos de vaquería que lo marcaron para siempre. Me hizo caer en cuenta que el Departamento de Casanare en una época fue parte de Boyacá, hasta que se independizó, es más, durante gran parte del siglo XIX Boyacá, Casanare y Arauca pertenecían a la provincia de Casanare. Se nos olvida también que el extremo norte de Boyacá tiene límites con Venezuela. Así pues, sin saberlo Marcolino estaba colonizando en Arauca territorio que alguna vez fue boyacense.

Narra así su encuentro con el cuatro, ese pequeño instrumento que lo entretiene en sus ratos libres:

El cuatro lo empecé a aprender en Bogotá hace unos 25 años, por un seminarista araucano que llegó a Bogotá al Seminario de los Paulinos que está ubicado en la 170 pasando la novena. Como él no tenía familia ni amigos venía muy seguido a la miscelánea y se empezó a volver cercano a la familia, las clases se las pagaba con comida”.

Compensaciones de la vida

Con sus experiencias como colono y con las esmeraldas no logró el dinero que esperaba, pero la vida le compensó con un buen empleo en el Banco de la República, entidad en la que laboró durante 27 años y de la cual salió pensionado; hoy tiene una bonita familia, su hija Sandra es profesional y reside en un apartamento cerca, el vive con su esposa en un apartamento que compró el año pasado con la venta de la casa de la 170. En el Banco de la República tuvo en sus manos muchos millones en efectivo, tantos que hasta se daba el lujo de quemarlos.

Años más tarde, habría de revivir su experiencia en la selva al visitar a Leticia, esta vez sí tuvo la oportunidad de divertirse en la jungla y conocer comunidades indígenas, como las que acabaron en Arauca y Casanare con la conquista española y luego con la colonización impulsada por el Estado.


¿Cómo la ha pasado en esta cuarentena por el Covid 19?


Es una nueva experiencia, algo que nunca nos imaginamos, pero mire que no la hemos pasado aburridos. Sandra se está quedando con nosotros desde un inicio para que no saliéramos a riesgo, y mientras ella está en teletrabajo nosotros leemos, vemos videos en el celular o la Tablet, Monto en los rodillos en la mañana, cocinamos todos juntos e inventamos o improvisamos algunas recetas, vemos películas de la época como de capulina, Cantinflas, la india María entre otros clásicos y una que otra serie de Netflix que ella nos pone. Ya con el nuevo permiso de salir, estamos bajando a caminar alrededor del parque un rato y nos subimos nuevamente, la verdad, al momento lo hemos podido sobrellevar sin ningún problema. Practico con mi cuatro, incluso compuse esta canción con ayuda de ellas".

 

Epílogo

Debo reconocer que hace varias semanas cuando decidí retomar la publicación de notas sobre compañeros de CicloBR y escribir sobre Marcolino, pensé que sería algo corto, pero poco a poco fuí descubriendo interesantes historias que hacen parte de su vida, era imposible parar y dejar de indagar en más detalles. Al final quedé sorprendido no obstante que se trata de un compañero con quien he compartido 37 años, no conocía muchas de esas historias. Sus experiencias de vida darían para muchas páginas más, pero vamos a dejarla asi. Me impresionó además su capacidad para recordar, fechas, lugares y personas.

Le agradezco a Sandrita por su ayuda y a Margarita mis disculpas por haberme tomado el atrevimiento de publicar las anécdotas y remembranzas de la familia, algunas tristes otras divertidas pero todas dignas de resaltar, estoy seguro de que sus compañeros de ciclismo tampoco las conocían. Gracias Marco por compartirnos su vida, mi respeto y admiración, y perdón por si de pronto incurrí en alguna imprecisión.

PD: El que pretenda hacerle "bullying" ya sabe lo qué le pasó al sacristan.

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Saludos ruteros aficionados, paciencia, ya casito.

Omarquez.