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Recuerdos agradables y grises de la semana santa

Artículo publicado el 28 marzo de 2013.

No sé cómo recuerdan Uds. la semana santa en su infancia. Les voy a hablar lo que recuerdo de esa celebración en años sesenta en Bogotá.

Aunque dicen que todo tiempo pasado fue mejor,  al evocar la época de semana santa en mi cabeza rueda una película en blanco y negro;  la recuerdo como una época de sosiego y paz, pero no tan divertida, pues las estrictas creencias religiosas de nuestros padres nos imponían tantas restricciones que la verdad coartaban la libertad de los niños que solo queríamos divertirnos, era  época de  vacaciones para nosotros pero para ellos una semana de duelo,  nos prohibían reír, cantar, bailar, jugar y  hacer toda clase de ruidos, eso era sacrilegio y una ofensa al señor al que los Judíos habían sacrificado. El viernes santo a las 3 p.m. teníamos que quedarnos quietos y en silencio, mientras nuestros mayores escuchaban con atención el sermón de las siete palabras que transmitían por la radio, ese era el programa familiar.

La gente vestía de oscuro, máximo camisa o blusa blanca, vestir de rojo era identificarse con el diablo. Las emisoras de radio solo transmitían música sacra o música clásica, pues la bailable o las baladas eran una ofensa a Jesús. Tal vez por eso asocio esos días con el color gris, además siempre llovía. A los adultos la tradición les impedía utilizar juegos de mesa parqués, ajedrez, o dominó, eso decían era hacer lo que hizo Judas, "jugar al Señor".

En la televisión para quienes la conocimos en blanco y negro y luego en los teatros de cine repetían cada año “El Mártir del Gólgota” una versión mexicana, “Jesús de Nazareth” y  “Marcelino Pan y Vino” la historia de un niño en un convento en España, “El Manto Sagrado” unas de las primeras peliculas gringas de semana santa. Siempre salíamos llorando. Años después pudimos ver en cine las grandes producciones de Hollywood como “La Biblia, “Los Diez Mandamientos” "Ben Hur" y “Moisés”, realmente nos deslumbraron, pero luego las repetían tanto que ya no tenían la misma gracia. Creo que los de nuestra generación quedamos saturados de soldados romanos con falditas de cuero y algo frustrados porque en esas películas siempre moría el héroe.

La iglesia no pemitió que viéramos otras versiones como por ejemplo “El Evangelio según San Mateo”, de Pasolini, un ateo y comunista, o “La última tentación de Cristo", de Scorsese, en la que esta vez Jesús es salvado por un Ángel y al final se casa con María Magdalena; hay Dios si los curas hubiesen seguido ese ejemplo no tendríamos tantos casos de pederastia.

Añoro eso si, esas salas de cine que había en los barrios en muchos sitios de Bogotá y que desaparecieron; ahora solo existen los cinemas en los centros comerciales, pero ya no tienen la misma magia. Entre otras cosas, lástima del cine contínuo uno podia llegar cuando la película ya había iniciaod y enseguida volvi a comenzar. Creo que eran dos películas seguidas.

La comida en esa semana no es algo que tampoco tenga en mis recuerdos con mucho agrado. No se podía comer carne roja ni jueves ni viernes santos, pues era “vigilia”. En esa época vi por primera vez  esas latas ovaladas con una cinta de papel a su alrededor en la que se leía: “Sardinas en salsa de Tomate”  o “Sardinas en aceite”, “Empacado en Ecuador”, no podría explicar la razón pero asocio ese aceite al remedio que nos daban para la tos "aceite de hígado de bacalao". Las latas se abrían con dificultad, tenían soldada una especie de llave que se debía desprender y si uno la partía, pailas pues tocaba a punta de cuchillo y martillo. Creo que transmitimos en los genes a nuestros hijos la fobia por las sardinas enlatadas, si no traten de darle a un chino hoy una lata de esas y verán que las escupe.

El peor recuerdo con la comida es aquel “pescado seco”, curado con sal, cuyo olor hoy aún no puedo soportar; me parece ver esas tiras resecas de pescado amarillas colgadas o apiladas en las plazas de mercado o en las tiendas del barrio, eran como especie de pieles. Mi madre lo preparaba y adobaba con tomate y cebolla, así era agradable, pero eso si quedaba le tocaba tomar bastante "gaseosa" para poder quitarse el sabor a sal.

Eso sí, nos daban a probar (o lo hacíamos a escondidas) un vino dulzón que recuerdo con más agrado, el famoso Moscato Pasito o Moscatel , que tenía en la botella la imagen de unos monjes ataviados con hábito, al lado de un barril y uvas moradas o algo así. Había otro que tomaban los mayores: el Cinzano, un  tanto amargo. Obviamente no podían faltar las cajas galletas “Caravana”, una delicia.

Por las restricciones que imponían las creencias, no existían los paseos a tierra caliente o a la costa en semana santa, lo máximo que hacíamos era acompañar a nuestros padres a larguísimas misas con sermones interminables. El jueves y viernes santo  la infaltable costumbre de visitar los siete monumentos, en siete iglesias diferentes, en las que se visitaban las estaciones, lo cual implicaba echar pata a la lata y ojalá que los zapatos nuevos nos hubieren quedado pequeños, pues en semana santa se tenía la costumbre de estrenar una mudita de ropa, la cual nos compraban al ojo, eso si nada con rojo, para. Si los zapatos te quedaban grandes, nada que unas motas de algodón o pedazos de periódico en la punta no pudieran solucionar; si quedaban pequeños, echarles alcohol y dejarlos una noche así o llevarlos al zapatero del barrio para que los metieran en "la horma", esa patica de madera con tornillo de expansión. A los pantalones o a las camisas se les cogían pinzas o “se  les soltaba”, pero cambiarlos por otra talla, ni por el chiras, "Eso es mejor que le quede grande mijo, Ud. crece y lo deja rápido"

El viernes santo las campanas de las iglesias enmudecían, en lugar de ello sonaban las matracas, un instrumento de madera que lso fieles compraban en la calle, eran fabricadas con madera de caña, básicamente consitía en una cajita de resonancia, adentro tenía una especie de piñón, al girarlo con una manija producia un extraño ruido.

A lo de la visita a los siete monumentos le cogí el gustico ya en la adolescencia pues descubrí que los “monumentos” eran esas chicas a las  que íbamos a mirar en las iglesias.

Confieso que me divertía ver a los curas, los jueves santos “en cuatro patitas" con una jarra de agua y un trapo blanco lavándoles y besándoles los pies a doce mendigos o a doce abuelitos, que seguramente ellos escogían y les pedían que se bañaran y perfumaran previamente, para que no le salieran con “pecuequita”.

El viernes santo teníamos que oír impajaritablemente por la radio el “sermón de las siete palabras”. Los curas se fajaban y hablaban de todo, hasta de política. Todas las emisoras lo retransmitían.

Lo que recuerdo con más claridad son  las absurdas creencias y mitos que nos recordaban en la semana santa, veamos una lista:

- Durante los días santos no se debe clavar nada porque significa que está se clavando a Cristo.

- No hacer ningún tipo de limpieza en el hogar sobre todo barrer porque se consideraba que era como "barrer el rostro de Jesús.

- Si se corta el cabello el viernes santo crecerá más bello el resto del año.

- La más terrible y absurda: Los bebés que nazcan el viernes santo pueden traer el anticristo.

- Nadie se podia bañar ni el jueves ni el viernes santo, nos decían que si lo hacíamos nos convertiriamos en pescados, si nos metíamos a la alberca o al rio podíamos salir con escamas en el cuerpo.

- Si alguien se sube a un árbol, se convierte en mono.

- Ya más grandecito escuché que si se tenían relaciones sexuales en la semana santa la pareja podía quedar pegada, ¿uuy  tenaz no es cierto?, como para una propaganda de Pegadit.

Estos mitos, que antes provocaban temores en la gente, hoy en día son motivo de broma o de recuerdo de las creencias de nuestros ancestros.

Todos esperábamos con ansia el domingo, se celebraba la Pascua de Resurrección, pues ya podíamos hacer de todo, hasta correr y gritar, el señor había resucitado desde la noche anterior. Seguro que ya ese día papá y mamá ya no se preocupaban por el Pegadit.

Pese a todo era una semana tranquila, de sosiego y de recogimiento familiar. En algunas poblaciones de Colombia y en varios países aún la semana santa se celebra con todas las tradiciones.

Lo que realmente no recuerdo con precisión es cómo ni cuándo fueron  desapareciendo, en las ciudades, esas costumbres, ni cuándo exactamente las emisoras decidieron pasar música bailable en semana santa, ni en qué momento la gente decidió convertir la semana santa en semana de Parranda. Ahora el plan es salir de vacaciones a la costa o a las fincas si tiene con qué; si no pues tocará paseito de olla al río con pista de baile y zancudito ventiado. La gente perdió el temor a convertirse en pescado, o a que le salieran escamas y se dieron cuenta que eso de quedarse pegados era otro cuento de los curitas.

Nuestros colegas ciclistas salen a carretera el jueves santo, algunos evita montar el viernes santo.

Feliz semana santa. 

 

 

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