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LA FALTA DEL XBOX 360 EN 1955 EN FIRAVITOBA

Cuando evocamos el paso de nuestra niñez, seguramente añoramos momentos y lugares que forman parte de nuestro álbum de recuerdos. Qué grato podernos remontar a épocas pasadas en las cuales los lugares, las personas y las actividades realizadas conforman la película de nuestra infancia, transcurrida en mi caso, en ese lindo pueblo de Firavitoba, con sus encantos (algunos desaparecidos) y sus melancolías.

Ser un niño feliz en aquella época era muy fácil a pesar de las dificultades económicas o de la escasa tecnología. Cómo disfrutábamos de los juegos del momento en las calles del pueblo y en los caminos veredales: regresar de la escuela jugando canicas, apostando “al pique” en contacto con la arena, el pasto o las piedras de nuestro suelo, procurando ganarle la “mara” al contendor de turno y haciendo gala de la colección de bolas de cristal, unas trasparentes y de diversos colores y otras opacas con especies de nubes que se denominaban “maras”. Las metálicas o esferas tenían un especial valor.



El trompo que bailaba con el impulso de la piola, muchas veces construido a mano con un pedazo de palo y con el cuchillo de la cocina, arriando por un buen trecho al trompo de poner del compañero menos diestro en estas lides y con la esperanza de que al llegar a la meta señalada pudiéramos partirlo propinándole “secos” de acuerdo con las normas acordadas.

La rayuela que se jugaba cerca de la plaza o en el patio de la escuela, era otra modalidad y en la cual se luchaba por sacar un trompo o unas monedas de un amplio círculo del cual debía salir nuestro trompo, so pena de quedar “poniéndolo” también. La almidonada piola, con la tierra y nuestra saliva al pasarla por la boca, era determinante para el buen desempeño del desafío. Como en la mayoría de las competencias, aparecían los especialmente hábiles y siempre ganadores, así como los avivatos que no querían perder.

Ante la carencia de mínimos elementos para estos juegos, apelábamos a la “golosa” buscando un pedacito de teja de barro, que arreglábamos a manera de disco y, sin importar el tipo de calzado (alpargate o el pie descalzo), demostrábamos habilidad para saltar en un solo pie, sin tocar línea e ir avanzando hasta llegar al “cielo”.

Los compañeros que iban a la escuela desde considerables distancias, (desde Mombita, Gotua, Tintal, Las Monjas, Ocán, Alcaparral, Diravita, etc.), generalmente recorrían sus trayectos por empedrados caminos pero recorridos alegre y velozmente acompañados por el aro, conducido con habilidad con una horqueta o impulsado por un palo. Las competencias no se hacían esperar pues a la vera del camino algún compañero aguardaba impaciente el paso del otro para tener con quien competir. El regreso a casa, por supuesto, tenía el mismo ingrediente. ¡Qué fácil era divertirse con tan pocos recursos pero eso sí con mucho ingenio por parte de los pequeños!.

Los niños de los cursos superiores de aquella época (cuarto y quinto), cuando la salida era un poco más temprano, acordábamos dirigirnos a “La Cabuya”, con el fin de darnos un chapuzón en nuestro río, el cual todavía era “navegable” para los escolares; ubicando “moyas” especiales aprendimos a tirarnos al agua y a nadar contra la corriente. La falta de vestido de baño no era obstáculo para cumplir con este cometido. Recuerdo que una vez se me cayó al río mi maleta escolar (talego de tela y cuadernos escritos con tinta y plumero), y tuve que “pasar” todos los cuadernos y aceptar de buena gana los fuetazos por parte de mi padre, a los cuales me hice merecedor.

Y… apareció la necesidad de aprender a montar en bicicleta, pero cómo, o con qué?. Pues tocaba buscar al señor o muchacho grande que tuviera “cicla”, que generalmente era una “Humber”con canasta y guardabarros, pito, espejo retrovisor y foco de luz que funcionaba con un dinamo que giraba al contacto con la rueda, y rogarle para que “nos diera una vueltica”. Entonces, con la ayuda de los amigos que mantenían la bicicleta en pie y luego la impulsaban, uno empezaba a pedalear “por debajo de barra”, pues las piernas apenas alcanzaban para ese estilo. Pero bueno, después de varios “porrazos”, de espinillas y rodillas peladas, nos defendíamos logrando el equilibrio y ya nos sentíamos El Ramón Hoyos del momento. Cuándo sería que podríamos tener una bicicleta?

Continuará...?

 

Orlando Alberto Molano Moreno

Mayo 7 de 2012




 
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