Aunque sabemos que la muerte es sin duda el más seguro de nuestros destinos, a veces nos golpea de súbito, y nos sorprende privándonos de alguien muy cercano en el afecto.Eso nos ocurrió a todos con la noticia de la prematura partida de nuestro amigo Rafaél.
Les confieso que no fue tarea fácil para quien escribe las notas del Club de Ciclismo, generalmente matizadas de humor, redactar unas líneas como homenaje a un entrañable amigo. Varias veces se aguaron los ojos pues se agolpaban muchos recuerdos de momentos agradables que compartimos. No en vano alguien dijo que escribir sobre un amigo que ha partido es en cierto modo una forma de llorarlo.
Rafa se destacó, por su fortaleza en el plano y por el coraje que mostraba cuando la carretera se empinaba; pero se ganó un lugar muy especial en el grupo de ciclismo por ese carisma que le hizo merecedor del cariño y aprecio de sus compañeros.
Fue un filósofo; alguien que no se quedaba sin encontrar la explicación de las cosas y sucesos; un aventajado mamagallista. Se caracterizaba por su franqueza e irreverencia, pues llamaba a las cosas por su nombre, y además, por esa malicia o inteligencia innata con la cual durante sus años de servicio al Banco suplió la carencia de estudios profesionales y que le permitió superarse y terminar administrando aplicaciones de computador.
Esa misma malicia la utilizaba con frecuencia en las competencias, por esa razón se ganó el mote de “Man-piro”, pues era realmente un experto en el arte de “chupar rueda” y embalar en los últimos metros, cuando sus contendores habían hecho el gasto; luego se divertía con los reclamos de quienes vencía con su técnica.
Cambió el Balón naranja y el deporte de la cesta, en el cual se destacó como titular de la selección del Banco, por el caballito de acero. Un poco tarde descubrió que tenía condiciones especiales para el ciclismo y así lo demostró: en el Segundo Nacional ocupó el décimo lugar en la categoría “C” y en el Octavo, que se desarrolló en Paipa, Rafa se subió dos veces al podium, como campeón de las metas volantes y como tercero en la general de la categoría “C”.
En 1997, en la segunda etapa del Nacional, en una contrarreloj disputada en su tierra entre Ambalema y El Salado, el Man-piro haciendo gala de su fortaleza en el plano, sin colincharse en camiones y sin chupar rueda, venció a todos sus contendores.
La pequeña finca que compró cerca a Mariquita, le permitió, desafortunadamente por pocos años, ocupar su tiempo como pensionado; allí practicó sus dotes de maestro de obra y agricultor. A la sombra de un antiquísimo mango, generalmente al calor de unas polas, echaba a volar su imaginación soñando con convertir algún día a San Felipe en un paraíso para su familia y para sus amigos.
Fuimos testigos de la manera como luchó incansablemente durante casi un año contra la muerte, aferrándose a todas las opciones posibles; pero esta vez, pese a su esfuerzo y tenacidad, lamentablemente perdió la única carrera que no podía perder.
Al final de cada competencia, y por siempre, recordaremos su famosa frase: “a mil a mil”, con la cual nos invitaba a las sesiones de “comentarios” de la carrera, en las cuales no dejaba títere con cabeza.
Rafa: tus familiares y tus amigos estamos tristes con tu partida, pero el Flaquito Herrera, Ricardo Correa y Hernando Vargas con quienes recorriste las carreteras en bicicleta están alegres, pues ahora tienen compañía para entrenar en el cielo. Hasta pronto amigo...
Orlando Márquez M.
Bogotá, domingo 12 de noviembre de 2002. |